Una historia de amor y fútbol

Una historia de amor y fútbol

Posiblemente el título os evoque a una pareja de jóvenes enamorados que se conocieron gracias al futbol.

O quizás hayáis imaginado una historia de amor paterno filial de un padre que llevaba a su hijo al estadio, o cualquier relato futbolístico que implique sentimientos entre dos personas. Pero la historia de amor que quiero narraros va mucho más allá de eso. Es una historia de amor de un niño por los colores de una camiseta y el gran compromiso de toda una afición con este joven delantero que, con pelo de pincho y alguna que otra peca, defendía el escudo de su club como si de su propia vida se tratase.

Un chaval de 11 años que se atrevió a plantar cara a lo que en aquellos tiempos era el camino fácil y sostener una bandera que en ese momento pesaba mucho más que una tonelada; aquellos inocentes ojos que vieron a Molina bajo los palos, a Simeone celebrar los goles con rabia, a Kiko Narváez dibujar unos pases imposibles para que el delantero no tuviera más que empujar el balón y levantar a toda una grada a orillas del río Manzanares.

Aquel muchacho rubio que fue de la mano de su abuelo a la madrileña fuente de Neptuno para ver alzar a sus héroes el inolvidable doblete de la temporada 95-96, mientras se juraba a sí mismo que algún día sería él quien estuviese allí arriba, viendo las miles de sonrisas de todos los atléticos.

Ese jovencito que salto con el número 35 a la espalda para confirmar su debut y hacer cumplir su sueño, sin que nadie en ese momento pudiese imaginar que aquel jugador nacido en Fuenlabrada, al que la gente cariñosamente concedió el apodo de El Niño, iba convertirse en el futbolista más querido de nuestra historia.

Para los pequeños de mi generación era como un dios, no por su calidad o por convertirse en uno de los mejores delanteros que nuestros ojos hubieran visto. Era nuestro estandarte por una inmensa cantidad de motivos más allá de su juego. Porque hay jugadores que vienen y van, a los que idolatras por un cierto tiempo durante el que conforman las filas de tu club, pero al fin y al cabo sabes que, para ellos, tu equipo no es más que un lugar de trabajo, una mera cuestión de inflar el bolsillo. Por ese motivo tomamos a Fernando Torres como una referencia. Él sabía lo que era mirarse al espejo con la camiseta rojiblanca puesta antes de bajar a las canchas del barrio a jugar la pachanga rodeado de otros niños con las indumentarias del Real Madrid o el Barcelona. También, al igual que nosotros, él había aguantado interminables cargadas por parte de sus compañeros del colegio el lunes siguiente a haber perdido un derbi de la capital. Por eso y por muchos más motivos, Fernando era nuestro héroe.

Aquél que nos hizo sentir a los colchoneros que la Eurocopa disputada en Austria y en Suiza era un poco más nuestra porque la habíamos ganado con un gol suyo, un tanto precioso en la final contra Alemania, superando en carrera al defensa Lahm y picándola por encima del hombro del portero Lehman, haciendo que toda España se abrazara con emoción.

Nos llevó por mucho tiempo a ser medio británicos, como tomar el té de las 17.00 h, cantando el You'll Never Walk Alone como si de aficionados del Liverpool se tratara, porque en realidad, ese “nunca caminaras solo” te lo dedicábamos a ti. Eras nuestro niño y teníamos que cuidarte allá donde fueras, como tú nos cuidaste a nosotros en tiempos grises en que elegir ser del Atlético de Madrid constituía realmente un verdadero acto de fe.

Lloré con pena y a la vez emoción aquella tarde de despedida en el Metropolitano porque me di cuenta de que ese momento era el final. El último partido en que vería de rojiblanco al que durante tantos años fue mi ídolo y referencia. He de confesar que, en cierto modo, mi sentimiento era de impotencia por no poder devolver a aquel jugador que nos hizo tan felices ni una pequeña parte de lo que él demostró por nosotros. Suspiré, miré al cielo cuando terminó su emotivo discurso y me dije que el día que mis hijos vinieran al mundo llevarían el 9 de Fernando Torres a la espalda. Por respeto y reconocimiento a aquel niño que nos vio crecer a toda una generación.